El gato negro es uno de los más conocidos cuentos siniestros de Poe, así como uno de sus grandes relatos psicológicos. La combinación de ambos elementos, horror y psicología, parece conducir directamente a la expresión terror psicológico, que hoy sabemos inspirada en la singularidad artística de este autor y que podría definirse como aquella fórmula literaria que aspira a conjugar en una síntesis superior miedo, enajenación y arte. Dejando de momento aparte los presuntos contenidos autobiográficos y supersticiosos, son tres los temas principales que desarrolló su autor en El gato negro, y los tres se hallan estrechamente relacionados entre sí. En primer lugar, como indicamos, la locura, espantosamente presente en otro cuento producido en ese mismo año de 1843, con el cual, por doble motivo, pues, a menudo se vincula a El gato negro; se trata de El corazón delator.
Tanto en uno como en el otro el protagonista se ve aquejado por incontrolables accesos de demencia sádica; en el caso de este último, parece ‘congénita’, mientras que en el de El gato negro se deriva de una severa adicción. Otro tema común a ambas narraciones es el de la culpa, con un acusado matiz persecutorio, y, muy vinculado a aquél, el de la perverseness (no exactamente la 'perversidad' en castellano), aspecto de la maldad que en Poe aparece revestido de singulares connotaciones masoquistas; una rara especie de justicia poética. Este concepto se encuentra extensamente desarrollado en un relato posterior, El demonio de la perversidad (1845), en el cual asistimos, como en las dos obras aludidas, a la absurda e imprevisible autoinculpación de un asesino:
Examinemos estas acciones y otras similares: encontramos que resultan sólo del espíritu de ‘perversidad’. Las perpetramos simplemente porque sentimos que ‘no deberíamos’ hacerlo.
Pero El gato negro es tan personal y significativo dentro del corpus de la obra poeana que en realidad muestra paralelismos y similitudes con casi todos los grandes títulos del autor, y esas similitudes recaen precisamente en las mayores virtudes literariamente horripilantes que lo caracterizaban. Comparte, por ejemplo, con La caída de la Casa Usher la recreación de los peores tormentos domésticos, del personaje desquiciado y de su acelerado descenso a los infiernos. Con El barril de amontillado, el final sorprendente y estremecedor (algo más que estremecedor en el caso de El gato negro), así como el ritmo narrativo hipnotizante. Con La verdad sobre el caso del señor Valdemar, el contenido espantoso en sí mismo. Con Berenice, el obsceno componente sádico. Con Los crímenes de la calle Morgue, la violencia monstruosa.
Es, por desgracia, además, como La caída de la Casa Usher, un relato parcialmente autobiográfico, no se sabe hasta qué punto. Lo es al menos por el retrato de lo que Poe denomina "intemperancia", así como del triángulo que formaban de hecho, en su hogar, él mismo, su mujer, Virginia Clemm, y el gato real, llamado Catarina, con el que convivían.
La dantesca escena final del relato —una de las recreaciones más perfectas que se han urdido, en el plano simbólico, de aquello a que puede conducir un infierno conyugal—, en la cual se mezclan a partes iguales los horrores visuales con los auditivos, es pura materia de pesadilla, y de hecho se trata de una de las preferidas por los artistas gráficos a la hora de ilustrar los volúmenes de cuentos de Poe.
El héroe del relato es el típico protagonista de Poe, aunque, con mucho, el más desgraciado de todos los que imaginó. Con razón señaló Lovecraft, refiriéndose a dicho arquetipo:
Muchos de sus rasgos parecen derivarse de la propia psicología de Poe, quien poseía ciertamente mucho de la sensibilidad, de las locas aspiraciones y del carácter fantástico que atribuye a sus solitarias y arrogantes víctimas del Destino.
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